
¿Podrías leer estas páginas en voz alta por favor?
Eso fue lo que le pido Paco esa mañana a su mejor amiga, quien había sido su instructora en el instituto para ciegos.
El día de trabajo para ella empezaba a las 6 de la mañana cuando salía a jugar baloncesto, luego a trabajar a las 9 am en el Instituto para ciegos, hasta las 5:30 en la tarde. Más tarde ir a clases a la universidad hasta las 10 pm, y finalmente llegar a casa, comer algo y sentarse a escribir la tesis de grado que aún estaba cruda.
Pero no era así para él. Paco empezaba a vivir a las 11 de la noche, cuando regresaba a casa, cuando escribía. En esos días él se estaba quedando en la casa de estudiantes done ella vivía. Era por corto tiempo, mientras organizaba su vida, aunque el novio de la chica pensara que él estaba enamorado de la ella y que solo se quedaba allí para estar cerca.
Ser ciego no era un limite para él, al contrario, fue el mejor vehículo de superación que encontró, porque al ser consciente de todas sus carencias se dedicó a re-diseñarse, a ir mas allá, de sus limites, incluso de los limites de quienes le veían y estaban a su lado. El chico era un autodidacta, un experto pianista, el mejor guitarrista, con el violín era tan bueno que cuando lo tocaba hacía sentir la tristeza de las cuerdas cantando soledades. Hablaba inglés y francés sin haber ido nunca a clases, aprendió él solo, con cassettes. Reconocía la psicología de las personas a su alrededor solo con escucharlas. Además, usaba la máquina de escribir como si fuera una extension de sus ojos en las manos.
Para tener 22 años ya era muy entregado y disciplinado a todo lo que se proponía, iba al Instituto en la mañana a leer, o mejor, a usar el servicio de lectores en voz alta que existía en ese lugar. Algunas veces, llegaba allí uno que otro libro nuevo en braille y el lo podía leer.
Luego iba a un elegante restaurante a tocar piano y más tarde también, al piano otra vez, en un prestigioso bar de la ciudad. Pero de todas sus actividades la que más le gustaba era escribir a máquina, eso significaba expresarse como una persona que puede hacerse entender de manera normal, sin ser tratado como una persona diferente.
En esos días Paco le pidió a su amiga, que le prestara su Olivetti y además, le dijo que compraría mucho papel blanco, pues tenía bastante que escribir. Ella accedió sintiéndose un poco preocupada porque la máquina había estado guardada mucho tiempo y apenas había tenido tiempo de mirarla. No se acordaba específicamente cómo había funcionado al final de los días que la usó, pero no le dijo nada a Paco, pues no quería que él sintiera que ella no quería prestársela. Una cosa quePaco sí tenia era una gran sensibilidad a todo lo que lo rodeaba, y ella lo sabía.
Llegaron Juntos a casa aquella noche antes de las 8. El frío y la lluvia afuera los había obligado a prender la chimenea, y preparar aguadepanela con canela para calentarse y relajarse. Se sentaron frente a la chimenea a hablar de la vida, a compartir esa deliciosa bebida caliente y sencilla, que les dio la oportunidad de tratar sobre los planes futuros. Él le dijo que andaba escribiendo mucho, que tenía una idea para convertir todos sus escritos en una novela, que necesitaba de su ayuda para releer lo que tenía archivado, le contó que la historia de amor y decepción que estaba fraguando en todos sus escritos por fin estaba tomando forma en su cabeza. Ella lo escuchaba silenciosa, y otra vez pensó en no defraudarlo, de manera que le anticipó que ella andaba super ocupada con la tesis y otros asuntos que tendría que comentarle más tarde, pero, le anticipó que al otro día en el Instituto le asignaría un lector especialmente para él, y así podría trabajar en su idea, tranquilamente. Además felizmente le informó que él podría quedarse con la máquina el tiempo que fuera necesario, y sonriendo le recordó cuánto amaba ella esa máquina de escribir que era el único artículo que sacó de su casa paterna cuando decidió irse de allí.
A Paco lo emocionó mucho saber que le dejaría un lector casi a tiempo completo, pero no pudo ocultar su tristeza y decepción. Es verdad, le dijo, tú haces lo mejor por mí, pero disfruto tanto cuando tú me lees. Bueno,bueno hombre, le dijo ella, pero tendrás alguien a tu servicio en la mañana y si quieres en la tarde también.
Ya se hacía tarde para preparar la cena, así que la chica apuró la conversación que había estado postergando; le contó a Paco que ella y su novio habían decidido casarse, pensando en todos los preparativos que esto conlleva, en ese momento no podría leer o pasar mucho tiempo con él.
Esta última noticia, la de casarse, fue para él como un balde de agua fría. Quedó atónito, sin palabras, estaba tan conmovido que quería sembrarse en el sillón y no pararse más de allí.
Acertó a sugerirle que le parecía muy pronto para esa decisión, que era muy precipitado, al fin y al cabo apenas llevaban dos meses de conocerse. Ella estuvo de acuerdo en cuanto al tiempo, pero agregó que éstas cosas tienen su momento y cuando llegan no tienen vuelta atrás.
Las cábalas y el destino no tenían para Paco ningún significado, simplemente ignoró su respuesta y se consumió de tristeza. Vamos a comer algo hombre, le dijo su amiga, luego tendremos tiempo para hablar de esto. El novio llegó justo en ese momento y la conversación cambió de rumbo, resolvieron que ya era hora de preparar algo de comer y compartir, como lo venían haciendo en los últimos días.
Luego de comer los tres, recogieron y limpiaron, como todas las noches cuando coincidían. Él como siempre, ordenado, poniendo las cosas en el mismo lugar; porque para los ciegos ésta es la mejor manera de recordar y encontrar todo cuando lo vuelven a necesitar. Para él lavar los platos, recoger y guardar era un ejercicio mecánico. Todo lo contrario era lo que ocurría con el novio de ella quien a duras penas ayudaba a recoger la loza de la mesa, seguía conversando y luego decía que tenia sueño, que estaba cansado, y se retiraba. Al principio cuando conoció a Paco pensaba que por ser ciego seria torpe o tonto, pero ya cambió de idea desde el primer momento al verlo como se desenvolvía con naturalidad, y al final simplemente esperaba que entre su novia y Paco arreglaran la cocina o lo que fuera y él no hacia mucho.
La casa de estudiantes en que vivía la chica era de estilo Victoriano, de ésas con arcos grandes estancias llenas de madera marrón brillante y hueca, escaleras con grandes pasamanos lisos que invitaban a rodarse y reír, sus escalones muy anchos y sonoros, como corresponde a una casa de formas exageradas. Los cuartos eran amplios y en todas las estancias había muy pocos muebles. La casa tenía sonidos propios, que se convertían en ruidos fácilmente, como si los fantasmas estuvieran recordando a los habitantes, su presencia, su existencia.
En esos días nadie aparte de ellos tres se estaba quedando en la residencia, pues eran las vacaciones de verano, que normalmente son de más de un mes, y todos los estudiantes viajan a sus casas familiares. Pero a ella que trabajaba y estudiaba, no le era posible salir de la ciudad, así que allí estaba, de vacaciones de la universidad, pero escribiendo su tesis de grado y trabajando.
Paco se quedó, escribiendo y ellos dos subieron al cuarto. Ya eran pasadas las 12 de la noche, sin embargo no lograban conciliar el sueño, cada sonido de la Olivetti repercutía en la madera, en la casa, en el vacío, como si estuvieran lloviendo pequeñas piedras de hielo. Cada tac toc de la máquina de escribir hacia sufrir al novio de la chica. O quizá no era el sonido del teclear, pero sí su presencia, la presencia de él, de Paco, que se dejaba sentir en su continuo tecleo. El novio de ella en forma insistente, le preguntaba cuándo el chico se iría a dormir mientras el tac toc de la máquina de escribir seguía y seguía. De repente ella, sintiéndose presionada, se levantó y fue directo a la sala donde Paco se encontraba, le explicó que la casa tenía eco, que cada sonido de la Olivetti les estaba taladrando el cerebro, y le pidió que descansara por ése día. Él quiso mostrarle lo que estaba escribiendo, pero ella por miedo a lo que allí pudiera decir, tal vez por presentimientos infundados, quién sabe, no quiso bajar la mirada al escrito que él le señalaba. Entonces él le hizo saber que estaba en medio de algo muy importante que no podía parar, que debía terminar, y le dijo a su amiga que buscaría un lugar más cerrado y lejano al salón para seguir escribiendo y permitirles descansar.
Ella estaba segura, de que él no dormiría mucho y que en la mañana le entregaría las páginas pidiéndole que se las archivara en la carpeta como siempre.
Su amigo tenia por costumbre escribir sin medida: poesía, cuentos, historias, opiniones y crónicas En esos días parecía estar en algo gordo por la manera que se comportaba. Así que lo tomó como de costumbre, como lo más corriente, sin saber qué podría ocurrir.
Se fue a dormir y lo dejó allí recogiendo todos sus enseres para moverse del lugar, sabiendo que él escribiría, no hasta cansarse, porque de eso no había posibilidad, pero sí hasta terminar lo que había empezado. La noche se hizo silencio para la pareja pero no para Paco, lejos y encerrado siguió con su teclear.
A la mañana siguiente ya de carrera después de ir al parque, y tomar un desayuno frugal, ella le preguntó si se irían juntos al Instituto. Él contestó afirmativamente, y agregó: quiero que lleves esto, para que lo leas en cuanto puedas. Ella lo miró como diciendo: ya sabes que tengo muy poco tiempo, y el sabiendo lo que ya sabia de su mirada redijo: por favor, estos sí leelos para mi, por favor, luego hacemos lo que me propusiste. La chica se asombró al comprobar que casi había llenado cien hojas tamaño carta. Lo felicitó y lo miró con profundo respeto y admiración. Al preguntarle si los debía guardar en la misma carpeta donde estaba coleccionando sus otros escritos, Paco le dijo que no, que ésas hojas eran solamente para ella. Que sólo quería estar presente cuando las leyera.
Ya era muy tarde y debían irse, así que las guardó en el bolso junto con la tesis que en esos días era su fiel compañía, y se fueron a trabajar,
En días de buen tiempo, caminaban media hora y luego tomaban un bus repleto de gente.
A él, eso de subirse a un autobús a reventar, le entusiasmaba mucho y siempre al bajarse tenía historias de casi todos los pasajeros que lo habían tocado.
Empezaba a contarle a ella que la chica de la maleta de pelitos suaves había desayunado changüa con ajos, cebolla y cilantro. O que el tipo de la chaqueta de cuero gastado y taches metálicos, que para el era de malo, ésa mañana solo había podido tomar tinto porque tenía un guayabo fenomenal. Que pobre la viejita que nadie dejó sentar en todo el trayecto. Que la chica de al lado que estaba embarazada…, entonces ella le corregía que no, que no había una embarazada, pero él insistía que si, y que estaba a punto de vomitar todo el camino, y que incluso se bajó antes de tiempo, le anticipaba que ya habían compartido bus con ella antes.
De pronto, algún día empezaba a cantar, o a decir que se movieran, que estaba enfermo del estómago, entonces todos le daban campo, luego le confesaba a su amiga, que solo lo hacía para que ella pudiera tener un espacio y sostenerse del tubo.
Siempre se burlaba de lo formal que ella se portaba en el bus y lo cariacontecida que se ponía desde que se subía. Un día que quedaron lejos uno del otro, él quiso hacerle una broma, solo para reírse un poco: el bus como siempre iba a reventar, él empezó a llamarla por su nombre a todo grito, ella normalmente lo evitaba, pero ese día él no se dio por vencido siguió gritando aún más fuerte y al menor esbozo de respuesta de ella le preguntó a todo pulmón: OYE… ¿sabes la diferencia entre prefacio y prepucio? Todos los presentes rieron hasta el cansancio, la miraban a ella y luego a él, claro, todos en consideración esperando la respuesta para ése pobre cieguito. Las miradas expectantes la obligaron a gritarle la única respuesta que encontró: bueno, tu mírate el prepucio si puedes y yo te leo el prefacio. Y así se quedó esa historia hasta su destino.
Así era él, y los viajes en bus cada mañana y cada noche, eran siempre una aventura.
Aunque aquella mañana era para él una aventura especial, estaba sin dormir absolutamente nada y había escrito toda la noche, sentado en la taza del baño con un bloqueo de toallas en la puerta para minimizar el ruido y no molestarlos.
Era tal su estado de ansiedad que casi no podía esperar a acomodarse en la oficina, y apenas estuvieron en ella la pregunta no se hizo esperar: ¿Podrías leer estas hojas en voz alta por favor?
La chica empezó a leer las casi 100 hojas que Paco le había dedicado, fue leyendo entusiasmada la narración del día a día de él, de las cosas superadas que quedaron atrás y adónde toda esa experiencia lo conducía hoy. De pronto al llegar a la quinta hoja advirtió que algo no estaba bien. Revisó la siguiente, y la siguiente y así el resto de las hojas. En medio de un repentino silencio comprendió con tristeza, que nunca descubriría lo que Paco había querido escribirle, porque la cinta de la Olivetti se había soltado de su gancho, o quizás se había quedado sin tinta sin que él se diera cuenta, y que por consiguiente en el resto de las hojas no se alcanzaba a ver absolutamente nada.
El resto de las hojas se veia en blanco.